[català / castellano]
Recupero hoy, temblando, lo que más me gusta en la vida, que es escribir.
Llevo tiempo con los dedos callados, sin tocar este blog, esta pequeña, irregular y particular ventana que tengo abierta entre el Senado y la vida. El Senado que ignora la vida. La vida que ignora el Senado.
Y es que – y lo lamento – no he sabido escribir jamás por obligación o por rutina. Sólo sé escribir por pulsión, por pasión. Y mis pulsiones y pasiones han recibido embates estos últimos tiempos.
En primer lugar y en positivo, la maravilla de ser madre. Que hace que, desde ese preciso momento, unos ojos nuevos que se abren a la vida, todo el tiempo y toda la energía que no me toma la acción política – las mociones, las preguntas, las leyes, las reuniones, las asambleas, los actos, las manis -, es energía y tiempo íntegramente cedido a ella. Cada segundo. Cada atención. Cada pasión y cada pulsión. Toda la creatividad se la lleva una cosilla dulce, sus ojos del color del mar los días de tormenta, su sonrisa amplia y generosa, y su descubrir el mundo que te devuelve a unos ritmos primarios; que te enseña que nada es más importante que este aquí y este ahora. Y maravillarte delicadamente, pausadamente, por cada color, por cada olor, por cada gusto, por cada beso.
El segundo y en negativo, el golpe del 155. Estamos a mitad de legislatura y durante dos años, me doy cuenta ahora, me ubiqué en algún lugar resguardado de los vientos, protegido, dentro de lo que es este lugar salvaje que es el Senado. Estuve dedicada en cuerpo y alma a Igualdad, la comisión en la que soy portavoz – responsabilidad principal -, y donde además encontré cierto margen de acción y transformación. Encontré una rendija donde podía generar cambios, a pesar de esta institución, y a pesar del PP y su brutal e insoportable mayoría. Yo persistía, hallando camino.
El pleno en el que este Senado aprobó el 155 fue un golpe de realidad. Esta es la esencia del lugar en el que te encuentras, niña. Candado cerrado. Y mira que ya lo sabía: un apunte sobre qué es y qué debería ser el Senado (link).
Pues me recuerdo a mí misma aquí, hablándole a este hemiciclo, ahogada de tristeza y angustia no tanto por sus decisiones, que ni sorprenden, como por la alegría, la dureza, la autocomplacencia y los aplausos – los aplausos – con que se decretaron. Era el fin del Estado de las Autonomías tal y como lo habíamos conocido. Pues redactaron un 155 que no cabe en la Constitución, que se excede en la intervención. Lo que recuperaron con este 155 hinchado es la enmienda que Alianza Popular perdió en el pacto constitucional.
El Estado, hoy es menos de las Autonomías y más del Senado, pues fija un precedente. Un precedente que normaliza una intervención central total y directa sobre los autogobiernos autonómicos, que se debilitan como tal cosa. El “régimen del 78” queda impugnado y modificado, no hacia menos sino hacia más centralismo.
Medio año después estamos lejos de reparar lo roto y abrir vías de salida; la intervención permanece, mientras en Catalunya todo es desgaste. No salimos del barro, y la mayoría indepe sigue paladeando retórica – sin autocrítica ni punto de contacto con la realidad -, que sostenida se transforma en mentira.
Pues después de los debates casi gritos de ese pleno, donde lo dije todo, enmudecí durante días.
La tercera pasión y pulsión que quiero nombrar, y de nuevo en positivo, que me ha alejado del lugar que me permite escribir, es la revolución feminista que veo florecer a mi alrededor, y qué alegría. Me tiene atrapada la voz, los ojos, el corazón, y los dedos. Me saca a la calle, a actos y charlas y encuentros y qué belleza la gran manifestación. Tantas, nosotras. Tan juntas. Una sororidad poderosa que despliega evidencias. Sobre la violencia permanente que acompaña nuestros cuerpos. Sobre la invisibilidad, las brechas, los roles, la normalidad que no es normal, que no puede seguir siendo normal si se fundamenta en el privilegio de unos y el malestar de las otras. Y veo el cambio. En mi madre, en mi amiga, en dos adolescentes que charlan en la plaza o en una actriz que se vuelve referente. Lo veo en un grupo de chicas que crecen juntas y se empoderan de un estar-en-el-mundo lleno de fortaleza, y lo veo en tantas y tantas desconocidas por todas partes, aquí, allá, en la calle, en las redes. La sororidad desatada, brotando como una libre primavera.
Y sobre cómo fue posible aquel asalto a la normalidad, a la hegemonía, el día 8 de marzo, es sobre lo primero que quiero escribir. Me pongo a ello ahora, aquí, rápido, enseguida. Tras preparar el control al Gobierno y qué indecencia que no seáis capaces, Ministra, ni siquiera de financiar y cumplir con el Pacto de Estado. Ni siquiera eso. Absoluta miseria para luchar contra la violencia hacia las mujeres. Absoluta miseria, en todo lo que es bienestar, en todo lo que es vida digna, en todo lo que es igualdad. Que se acaben estos tiempos políticos tan oscuros, gobiernos de dolor; debemos levantar un tiempo de esperanza.
Y recapitulando, antes de terminar.
Ser madre (me) significa muchísima dulzura, alegría, resignificar la vida, y un gran cansancio. El Senado aplica recentralización unilateral, clave y candado, y cambiarlo de arriba abajo es una urgencia. Y se abre paso de forma formidable la vida libre de las mujeres.
Con todo y a pesar de todo, hoy, rescatando un tiempo y un espacio y una mínima prioridad para mí misma y mi habitación propia; recupero algunos – estos – trazos de escritura.