Rajoy, o mil colores radicales

[Catalán / Castellano]

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Día 1. Empezando por la anécdota; llegamos al Congreso y no tenemos donde sentarnos. Resulta que para senadores y senadoras, y no para todo(a)s sino para una representación proporcional (a nosotras nos tocan 8 de 21 que somos), para que sigamos el debate en vivo aunque no es trabajo nuestro votar Presidente; sitúan unas sillas pequeñas entre los escaños; pues bien, las nuestras no estaban ahí.

Desaparecieron, literalmente; no sólo las nuestras, que veo un senador de Esquerra y una socialista con los ojos como platos. Y es que no lo pueden evitar. Dos senadores del PP, de esos que no han pasado ningún reciclaje, están sentados en medio de las filas de Unidos Podemos-En Comú Podem- En Marea. Allí sentados, bien arreglados, y con cara de pocos amigos.

Estas sillas son las nuestras. – ¿Tú ves aquí tú nombre? ¿Eh? ¿Eh? Nosotros estábamos antes. {Y es verdad. Mucho antes. Quién sabe cuántas décadas y regímenes antes}. – ¿Y quién te dice a ti que yo no me he traído la silla desde la otra punta de la sala, eh? ¿Eh?

Las sillas están contadas, en nuestra zona han ubicado ocho. – Y cuando responden con un “siéntate aquí encima” machista, cutre, decidimos respirar y no liarla por unas sillas, que tampoco sería necesario, que puestos a liarla existen millones de motivos mejores tal y como está de hecho polvo el país. Hay senadore(a)s de pie, los hay compartiendo silla, y mientras aplasto a Aina Vidal que me deja medio escaño, comienza un despliegue de mediocridad que yo defiendo que es deliberado.

El discurso de Rajoy, el primer día, es absolutamente gris y continuista: lo hemos hecho todo bien, salimos de la crisis, hemos trabajado más que nadie contra la corrupción, y agradecemos a Ciudadanos que por fin lo quiera ver. Y es un discurso exaltadamente nacionalista: España es una (y no cincuenta-y-una) gran nación indivisible desde el día de San José de 1812, y sólo le faltaba atarse la corbata en la cabeza al grito de “yo soy español, español, español”. Hace un discurso autocomplaciente y reaccionario, que indigna absolutamente a todo el mundo, incluido el PNV, Convergencia, Ciudadanos o el PSOE. A nosotros nos explota el cerebro.

Mi convicción profunda (aquí mi tesis): Rajoy no quiere que nadie le dé apoyo. Si quisiera ganar esta investidura no pondría bombas a las posibilidades que tiene. Creo que pretende repetir elecciones hasta que el resto nos muramos de asco. Que su estrategia es cansar las esperanzas de la gente. Generar tanta mediocridad, tanto desencanto, que la gente se quede definitivamente en casa. Que renunciemos. Que os abstengáis. Que sólo queden ellos, allí donde estaban, y la desafección general por la política les deje solos allí en el poder, en la opacidad, donde hacen siempre sus negocios. Todo en orden.

Día 2. Ha sido necesario poner pegatinas con nombres a las sillas, éste es el nivel, y podemos sentarnos. Un Pedro Sánchez apagado y acartonado explica los motivos de su No, un No que le honra, y cuando Rajoy vuelve a la tribuna ya es otra persona. Desbordante; nada que ver con el día anterior. Está contento, es ágil e irónico; un Rajoy que machaca Sánchez y levanta la pasión de sus gradas envalentonadas. Es curioso porque desde casa esto no se percibe, pero cuando estás aquí entiendes por qué Rajoy es un peligroso superviviente.

Quien no sé si sobrevive es Rivera, que era nada. Desactivado. Amortizado. Palabras al aire que nadie parecía atender. Y así la oposición la ha encarnado principalmente Iglesias, que se suelta, que se permite ser él, libre, que debate desde un lugar de perfecto antagonista haciendo emerger aquella otra visión de España, fraterna, aquella nuestra de quienes no somos nadie. Buscad el vídeo. Unos minutos en los que de repente podíamos volver a respirar; la sala resonaba dignidad y verdades; emoción y diversidad; tras él las confluencias – Todo ello una “alternativa de mil colores radicales” contesta Rajoy hablando de nosotro(a)s, también de los diversos partidos nacionalistas catalanes y vascos que serían necesarios para forjar una alternativa. O yo o mil colores radicales, dice echándonos encima cubos enteros de ironía. Me encanta el concepto.

Un detalle: Iglesias ha mencionado La Nueve, españoles que lucharon contra el fascismo en París, cuando hablaba sobre cuál es la Europa en la que sí creemos, y me ha impactado la inmediata protesta, el alboroto, el malestar que se ha creado en las filas del PP cuando Pablo dijo aquella palabra. Sólo una palabra: Antifascismo. Y parece que les hayas pinchado con una aguja en el culo.

Y vuelvo a Rajoy: que nada tenía que perder; pues ha venido a perder y eso ya lo tiene ganado. Como bien ha dicho el del PNV: “el PP no ha hecho ni una señal, ni un gesto, para buscar esos votos que le faltan. No me sorprendió lo que pensaba sobre la unidad de España, sino la forma avasalladora en que lo planteó, que falta al respeto a todos los demás”.

Y es que la cosa no iba de ganar ninguna investidura ni de hacer a nadie Presidente; la cosa iba de colocar en el fondo de vuestros corazones un cansancio, un fastidio, un No se puede, un perfecto discurso de NO HAY ALTERNATIVA. El realismo es cumplir la austeridad, los recortes y los dictados de los mercados. Y no hay nada más que hacer. Un mensaje que dice así: gente de la calle, desanimaros, absteneros, abandonad el interés por la política, que ya nos quedamos nosotros.

Contra este emplazamiento a la Nada, nuestra obligación es forjar una alternativa; que la gente malvive y no aguanta más. Necesitamos que el PSOE se decida, la derecha o la izquierda, y ojalá lo haga para construir un país con nosotros. Por otra parte, a los indepes os digo; creo que todo indica que de momento ni nos marchamos de España ni tiene pinta que estemos unilateralmente yendo muy lejos; y ni que yo estuviera equivocada en esto, creo que de todas formas no deberíamos eludir la responsabilidad de lo que es tener la posibilidad de echar el cinismo, la corrupción y el dolor que hoy gobierna este Estado. Que para eso estamos en Madrid, entiendo; y nos estamos jugando las condiciones de vida de la gente, de la española y de la catalana, y la acumulación de fuerzas que necesitamos para cambiar el rumbo de las cosas.

Contra tantos tonos grises; mil colores radicales.

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